A las
mujeres de carrito supersónico
Gracias a todas ellas por sus
enseñanzas y su dedicación.
Seis ruedas para campear por todos los
terrenos, días de lluvia, tormenta y nieve incluidos. Mango confort supremo
sensaciones, piel de vaca, leopardo, o tacto
melocotón. Cuatro posiciones y efecto frío o calor para favorecer la
máxima sujeción durante todo el año. Cesta impermeable, ultra resistente, con
capacidad para la compra de hasta tres semanas, estampado y color al gusto, compartimentos
diseñados para los productos más
delicados y hasta para los que hay que esconder a los ojos de las
alcahuetas. ¡Ah! Y el freno, dichoso
instrumento que garantiza la inmovilidad absoluta de su compra incluso en la
cúspide de la cuesta más pronunciada de
su barrio, con objeto de que usted pueda conversar con total tranquilidad con
su comadre o comentar con la vecina del quinto las visitudes de la mañana.
Estas
maravillas de la industria, hijos del avance tecnológico son el último grito en
tendencias orientado al colectivo común y cariñosamente conocido como “las Marías”.
¡Ah…
qué mujeres más increíbles, qué madres, qué esposas, qué vecinas! Fíjense,
párense a reflexionar y evoquen a su “María”. Porque es cierto que todos
tenemos en nuestra vida a una o varias de éstas hacendosas, estresadas, amantes
de la limpieza, el orden y las horas de comer decentes. Pero como solo ellas
saben hacer, pasan desapercibidas a los ojos del trajín diario. Si se quejan,
es entre sus camaradas de gremio. Y nadie como la “María” es capaz de estirar
tanto el sueldo del mes. Por muy escaso que éste sea, las cacerolas se llenan,
el niño merienda, tiene zapatos para jugar al fútbol e incluso calzoncillos que
si bien, no atienden a una marca famosa, ni la más envidiosa contrincante sería capaz de
percibir la diferencia. ¡Qué apañás
que son!
Y el
marido, el rey de la casa, el trabajador nato, el figura que en el imaginario
colectivo atiende siempre, por efecto o por defecto, al nombre genérico de “Manolo”.
Ése va siempre como un pincel. Su curvita de la felicidad siempre bien criada,
sus camisas inmaculadas y su aire de eterno señor, impoluto. Le gusta la
cervecita fresquita al llegar al hogar, que su particular y exclusivísima “María”
le lleva al sillón a cambio del esperado “tortacito en el culete”. La dulce
caricia diaria que informa que todo va como la seda en casa. Y si todo continúa
así el primer domingo del mes que viene comerán, niños a cuestas, en el bar de
la esquina.
Sin
embargo, estas mujeres piadosas, intachables y brillantísimas señoras de su
vivienda, saben reconocer su terreno de juego, el lugar donde esconder las
sonrisas y sacar las zarpas. El establecimiento donde pasan de amables
compañeras a fieras amazonas es, sin
duda, el supermercado. Su santuario, su desahogo. Aquí mandan ellas y se les
nota. Así lleguen las últimas se las atiende las primeras, son ahora las
receptoras de sonrisas y cuidados. Hay que mimarlas ¡Y pobre del que no lo
haga! Porque su negocio no durara un mes más.
A ellas van dirigidas las
ofertas, promociones y vales descuento. Controlan su carrito último modelo, un
Ferrari en toda regla, pero también controlan el tuyo, tu pobre Seat. Te
avisan, sin que les preguntes, de que te estás equivocando en tu elección. No
te ha dado tiempo a abrir la boca para responder que ya te han arrastrado al
están adecuado y calculado el ahorro significativo que obtendrás así a fin de
mes. Un rápido vistazo a tu cesta les informa al instante de quién eres, con
quién vives y qué eres un irremediable novato en el arte de comprar. Tú te
resignas, agachas la cabeza avergonzado y estiras la mano para coger el
producto que, sin duda, debías haber elegido. Son las diosas del supermarket y
ni todas las licenciaturas del mundo servirán para vencerlas. Puesto que sin
saber matemáticas son las más frías y
rápidas calculadoras. Sin saber geografía conocen al dedillo la estructura del
establecimiento, no importa que la cambien cada pocos días, ellas siempre
encuentran a la primera lo que buscan. No caen jamás en la retórica de los
eslóganes y aunque les fascinan los envases de colores chillones y sugerentes,
no se dejan camelar. Son infalibles e inigualables.
Sin
embargo, que tiemble el mundo si dos “Marías” se encuentran en el mismo están y
deciden cuestionar los artículos que asoman por la cesta de la adversaria.
Posiblemente tengan que desalojar el local. Pero, tras una batalla en la que
ambas harán uso de la ironía y la argumentación fundada, se decidirán a dar una
oportunidad a esos productos desconocidos movidas por el razonamiento
aplastante de la contrincante. Y es seguro que comenzarán una bonita amistad,
cuya base consistirá en descubrir los fallos de su compañera. Eso sí, después
de comentarlo con las demás y de hacer saber a la “María” en cuestión que su
error no ha pasado desapercibido, juntas buscarán la solución y se apoyarán
hasta muerte.
Por
eso, admiro embelesado el último carrito supersónico de mi vecina Carmen. La
veo salir del portal, cruzar la calle y me digo lleno de orgullo “ahí va mi “María” a su campo de combate”.
Escrito por: Ana Isabel Fortes Ponce