Infidelidad
Te conozco.
Tienes los ojos, no sé si claros u oscuros, pero te conozco. Me compro ropa
para ti, para nuestros encuentros furtivos. No es lencería como muchos, o
mejor, como nadie podría imaginar. Son prendas más bien casual, que dicen que no
me importas, que me he puesto lo primero que he pillado de mi maltrecho
armario. Y es que me gusta jugar a que tengo una intensa vida, un agotador no
parar que incluye gimnasio, fiestas con amigos, estudios, trabajo y, por su
puesto, una pareja estable que no se entera de nada. A la que no necesito, pero
que tampoco dejo. En medio de todo aquello estas tú. No eres nada, pero tus
llamadas me aceleran el corazón y me provocan un calor sofocante que se traduce
en una ausencia de respuesta. No te cojo el teléfono. Mejor así, me digo a mí
misma. Menos tensión. Pero que va, necesito tu adrenalina. La excitación que se
libera con lo prohibido. El sexo es acelerado. La espera está llena con la promesa de que no se repetirá. La perspectiva es extremadamente dulce.
Una incógnita,
eso vivimos desde que nos conocemos, un vaivén de frecuencias interrumpidas por
largas ausencias. Nuestros saludos espontáneos al encontrarnos por el barrio
son como nuestras citas, llenos de medias verdades, de palabras vacías y
miradas llenas de todo. Me desconciertas.
Te conozco. Eres
agradable. Te gusta jugar a mi juego. Me ganas porque caigo, y caigo porque desde el primer momento en que te veo quiero caer.
Te conozco. Eres
sexy. Solo tenemos fijo que queremos acabar en la cama y que ninguno va a divorciarse
de su vida. Sin embargo, barajamos remotamente esa posibilidad con la mala o
buena suerte de que no al mismo tiempo.
Te conozco.
Tienes una sonrisa cautivadora. Siempre me digo que no voy a quitarme la ropa
interior ni la exterior. Siempre acabamos sin querer parar. Es tan rico, tan
adictivo. Cuando ocurre que se cumple el propósito de volver a la rutina sin
habernos desvestido, la ansiedad nos come y puedo hablar en plural no porque tú
me lo digas, sino porque nos lo gritamos en la contenida despedida, en la
llamada telefónica inmediata.
Estoy
escribiendo sobre nosotros del mismo modo en el que hablo de ti y pienso en ti,
sin decir nada. Sin desvelar nada que pueda romper lo que no existe. -Escribe
sobre mí- me dices alguna vez, seguro que no con estas palabras, pero sí que me
lo dices. Aquí lo tienes, salvo porque no voy a decir nada más, porque no hay
más, para vivir nuestra incógnita, que un fabuloso interrogante.
Escrito por: Ana Isabel Fortes Ponce