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martes, 24 de marzo de 2015

El autobús

El autobús

Sentada en un sofá azul se pregunta si la vida que lleva es realmente la que un día persiguió y se da cuenta de que la sordidez de la respuesta va aplastarle en el momento exacto en el que el timbre de la puerta suena. Paralizada baraja las posibilidades. Pero, ¿qué posibilidades? Solo vas a abrir y a saludar a quien sabes que espera impaciente. La misma escena, el mismo momento repetido una y mil veces en el último año. No hace daño, no duele. Preparará la cena, te contará su día, os besareis y a media noche, como la Cenicienta, se marchará. Te acostarás y quizás escribirás un mensaje de texto reflejando una felicidad más creada que sentida.

Pero, ¿y si hoy no abres? ¿Y si hoy permaneces en tu sofá escuchando el timbre de la puerta hasta que se haya ido? ¿Y si te vistes como te pida el cuerpo y te lanzas a la calle? ¿Y si buscas? ¿Y si buscas sensaciones? ¿Y si caminas hacia donde tus pies te lleven? ¿Y si coges el primer  autobús que marche a un destino incierto? Y, mejor aún, ¿y si llamas a la primera persona que cruce tu mente y huyes con ella? Sin pensar en cuánto tiempo estarás fuera. Sin darle tiempo a preparar una maleta. -¿Te vienes?- Dice tu voz en el auricular del destinatario. ¿Y si la respuesta es afirmativa? ¡Qué locura! ¿Y si lo esperas en la estación fumando un cigarrillo, con la cara lavada y la ropa menos sexy de tu armario? ¿Y si lo ves llegar justo antes de que el autobús salga? ¿Y si sin que hagan falta las palabras os besáis como si no existiera ni mañana ni ayer? ¿Y si subís juntos al vehículo? ¿Y si habláis de cosas sin importancia y reís solo porque el cuerpo os lo pide? ¿Y si comienza a llover? ¿Y si el mundo se os antoja tan frágil como las decenas de gotas que impactan contra la ventanilla? Las mismas que arropan a los sueños que despedís con cada kilómetro que avanzáis. Nada importa en este viaje, ni si quiera el sentir es obligatorio, no tiene que haber un por qué, ni saludo, ni despedida, ni felicidad, ni pena. Solo dos seres humanos que huyen de nada, que avanzan a ninguna parte. Entonces llega y la veis, la última parada. El autobús se detiene, y el timbre de tu puerta vuelve a sonar.

Esta vez te levantas y abres a quien sabes que espera impaciente.

Escrito por: Ana Isabel Fortes Ponce

domingo, 22 de marzo de 2015

El quiosquero obtuso

EL QUIOSQUERO OBTUSO

El pasado 14 de enero, salí a la calle a las 8.00 horas en Madrid, a la caza y captura de un ejemplar del semanario satírico francés Charlie Hebdo. Sabía que era poco probable que estuviera ya en los establecimientos de venta, pero ante la ausencia de certeza sobre cuándo llegaría, los pocos números que distribuirían en España y las ganas inmensas que tenía de hacerme con uno, decidí intentarlo.

Después de recorrer mi barrio, que era lo que más a mano tenía, buscar en la estación de Atocha y en otros puntos de prensa internacional sin obtener noticia alguna. Acabé, como es de esperar, en la plaza del Sol.  Me acerqué a uno de los quioscos que hay en el lugar y pregunté por la publicación. La respuesta del quiosquero fue: “nunca hemos recibido esa revista no sé por qué la íbamos a tener. Ahora es que todos somos muy franceses”. Ni si quiera levantó la cabeza de los periódicos que estaba ordenando. Era un hombre mayor y la educación que me han dado conlleva no contradecir a las personas de cierta edad (a veces maldigo dicha enseñanza) aunque es cierto, que este caso, de bien poco más que para sofocarme me hubiera servido tratar de darle razones a aquella persona. Y es que aquel comentario sobraba, en primer lugar, porque como dueño de un negocio debía tratar con respeto a todos los potenciales clientes. Y más aún si por lo que el futuro comprador le está preguntando educadamente es por un producto del género con el que él comercializa. No fui a un establecimiento de prensa a pedir judías, entiéndanme. En segundo lugar, tampoco valdría la pena intentar que aquel señor comprendiese que, aunque en paro, soy periodista. Que lo soy por vocación y porque creo firmemente que el periodismo es una herramienta con la que se puede cambiar el curso de la historia.  Aquello de que es el cuarto poder, es mi manera de entender esta profesión.
Y en consecuencia lo que ha ocurrido con el semanario francés lo considero de una gran relevancia y no solo para mí y los franceses, sino también para todos los europeos, ya que formamos parte de la Unión Europea. Y eso quiere decir, nos guste más a unos y menos a otros, que estamos en el mismo barco, conectados y constituyendo una gran nación (o así se nos ha vendido siempre). También nos interesa en cuanto a que ha ocurrido en occidente, por aquello de la identificación entre "nosotros” y “ellos”. Nos cae más cerca y ya se sabe que las cosas cuánto más te rozan más te duelen. Es más, me atrevería a replicar a aquel desagradable y mal afortunado quiosquero, que lo ocurrido con el semanario vecino en un mundo globalizado es asunto de todos y todas independientemente de la nacionalidad. Continuando con el argumentario, que no le di, añadiría que un atentado, sea donde sea y en cualquier contexto es noticia en sí mismo. Y que es de persona con sangre en las venas, sentir interés o, cuanto menos, curiosidad por saber qué han tenido el valor de escribir y publicar una semana después de la tragedia.

Finalmente, le tendría que haber recordado a aquel señor, que la agresión a Charlie Hebdo es un atentado contra la libertad de expresión. Ante eso no hay discusión posible. Después podríamos entrar en detalles y discusiones sobre si estamos o no de acuerdo con las caricaturas que realiza la publicación, y por qué no, podríamos debatir dónde está o debería estar el límite con el derecho y el respeto de otros. Pero eso sería otra cuestión en la que, muy probablemente, no me situaría en defensa de la revista o no al menos en su mayor parte. Sin embargo, el coraje que han demostrado sus redactores es digno de admirar y todo un ejemplo de los ideales de la profesión que he elegido y de la que me siento orgullosa cuando veo reacciones como estas. Y compréndanme, no es que esté contenta con lo que han sufrido, ni mucho menos. Pero si es verdad, que por desgracia, el intrusismo laboral, la servidumbre hacia las empresas, la poca valoración de la labor periodística y el chismorreo barato, dejan más sin sabores que alegría a los que con honestidad y de corazón creemos en el buen periodismo.

De modo que, mi no estimado quiosquero de la plaza del Sol continúe vendiendo su género que no seré yo la que se esfuerce en tratar de abrir su estrechez de miras, aunque sí la comentaré y la recordaré alguna que otra vez. Sobre todo cuando contemple mi ejemplar de Charlie Hebdo del 14 de enero, que por cierto, conseguí tener para mi tremendo gozo gracias a personas más tolerantes que usted.

Escrito por: Ana Isabel Fortes Ponce


miércoles, 18 de marzo de 2015

A las mujeres de carrito supersónico

A las mujeres de carrito supersónico

Gracias a todas ellas por sus enseñanzas y su dedicación.

Seis ruedas para campear por todos los terrenos, días de lluvia, tormenta y nieve incluidos. Mango confort supremo sensaciones, piel de vaca, leopardo, o tacto  melocotón. Cuatro posiciones y efecto frío o calor para favorecer la máxima sujeción durante todo el año. Cesta impermeable, ultra resistente, con capacidad para la compra de hasta tres semanas, estampado y color al gusto, compartimentos diseñados para los productos más  delicados y hasta para los que hay que esconder a los ojos de las alcahuetas.  ¡Ah! Y el freno, dichoso instrumento que garantiza la inmovilidad absoluta de su compra incluso en la cúspide de la cuesta más  pronunciada de su barrio, con objeto de que usted pueda conversar con total tranquilidad con su comadre o comentar con la vecina del quinto las visitudes de la mañana.

Estas maravillas de la industria, hijos del avance tecnológico son el último grito en tendencias orientado al colectivo común y cariñosamente conocido como “las Marías”.

¡Ah… qué mujeres más increíbles, qué madres, qué esposas, qué vecinas! Fíjense, párense a reflexionar y evoquen a su “María”. Porque es cierto que todos tenemos en nuestra vida a una o varias de éstas hacendosas, estresadas, amantes de la limpieza, el orden y las horas de comer decentes. Pero como solo ellas saben hacer, pasan desapercibidas a los ojos del trajín diario. Si se quejan, es entre sus camaradas de gremio. Y nadie como la “María” es capaz de estirar tanto el sueldo del mes. Por muy escaso que éste sea, las cacerolas se llenan, el niño merienda, tiene zapatos para jugar al fútbol e incluso calzoncillos que si bien, no atienden a una marca famosa, ni la más  envidiosa contrincante sería capaz de percibir la diferencia. ¡Qué apañás que son!

Y el marido, el rey de la casa, el trabajador nato, el figura que en el imaginario colectivo atiende siempre, por efecto o por defecto, al nombre genérico de “Manolo”. Ése va siempre como un pincel. Su curvita de la felicidad siempre bien criada, sus camisas inmaculadas y su aire de eterno señor, impoluto. Le gusta la cervecita fresquita al llegar al hogar, que su particular y exclusivísima “María” le lleva al sillón a cambio del esperado “tortacito en el culete”. La dulce caricia diaria que informa que todo va como la seda en casa. Y si todo continúa así el primer domingo del mes que viene comerán, niños a cuestas, en el bar de la esquina.

Sin embargo, estas mujeres piadosas, intachables y brillantísimas señoras de su vivienda, saben reconocer su terreno de juego, el lugar donde esconder las sonrisas y sacar las zarpas. El establecimiento donde pasan de amables compañeras  a fieras amazonas es, sin duda, el supermercado. Su santuario, su desahogo. Aquí mandan ellas y se les nota. Así lleguen las últimas se las atiende las primeras, son ahora las receptoras de sonrisas y cuidados. Hay que mimarlas ¡Y pobre del que no lo haga! Porque su negocio no durara un mes más. 

A ellas van dirigidas las ofertas, promociones y vales descuento. Controlan su carrito último modelo, un Ferrari en toda regla, pero también controlan el tuyo, tu pobre Seat. Te avisan, sin que les preguntes, de que te estás equivocando en tu elección. No te ha dado tiempo a abrir la boca para responder que ya te han arrastrado al están adecuado y calculado el ahorro significativo que obtendrás así a fin de mes. Un rápido vistazo a tu cesta les informa al instante de quién eres, con quién vives y qué eres un irremediable novato en el arte de comprar. Tú te resignas, agachas la cabeza avergonzado y estiras la mano para coger el producto que, sin duda, debías haber elegido. Son las diosas del supermarket y ni todas las licenciaturas del mundo servirán para vencerlas. Puesto que sin saber matemáticas son las más  frías y rápidas calculadoras. Sin saber geografía conocen al dedillo la estructura del establecimiento, no importa que la cambien cada pocos días, ellas siempre encuentran a la primera lo que buscan. No caen jamás en la retórica de los eslóganes y aunque les fascinan los envases de colores chillones y sugerentes, no se dejan camelar. Son infalibles e inigualables.

Sin embargo, que tiemble el mundo si dos “Marías” se encuentran en el mismo están y deciden cuestionar los artículos que asoman por la cesta de la adversaria. Posiblemente tengan que desalojar el local. Pero, tras una batalla en la que ambas harán uso de la ironía y la argumentación fundada, se decidirán a dar una oportunidad a esos productos desconocidos movidas por el razonamiento aplastante de la contrincante.  Y es  seguro que comenzarán una bonita amistad, cuya base consistirá en descubrir los fallos de su compañera. Eso sí, después de comentarlo con las demás y de hacer saber a la “María” en cuestión que su error no ha pasado desapercibido, juntas buscarán la solución y se apoyarán hasta muerte.

Por eso, admiro embelesado el último carrito supersónico de mi vecina Carmen. La veo salir del portal, cruzar la calle y me digo lleno de orgullo  “ahí va mi “María” a su campo de combate”.

Escrito por: Ana Isabel Fortes Ponce